Más de dos mil millones de dosis se aplicaron en el mundo durante los primeros seis meses de la campaña de vacunación contra la COVID-19. Es la más compleja y ambiciosa que hayamos puesto en marcha. “Los resultados han sido, en general, muy prometedores, hasta mejores de lo que muchos esperaban”, afirma Heidi Ledford en un artículo periodístico publicado en la revista científica Nature. Sin embargo, la distribución de vacunas entre países no ha sido equitativa, como planeaba la Organización Mundial de la Salud. Tampoco se sabe con certeza cuándo volveremos a una vida parecida a la que teníamos antes de la pandemia.
Venimos escuchando que, para frenar la circulación del coronavirus, 6 o 7 de cada 10 personas deberían estar inmunizadas, ya sea por haberse vacunado o por haber tenido la infección. Podrían ser, incluso, 8 de cada 10, según cálculos que se hicieron en los EE. UU. después de que comenzara a circular la variante del Reino Unido, más contagiosa que la que predominaba en 2020.
Algunos países están mucho más cerca que otros de llegar a ese porcentaje tan anhelado. Alrededor del 60 % de los habitantes de Israel, el Reino Unido, el Uruguay y Chile ya habían recibido una dosis, por lo menos, cuando escribíamos este artículo. En cambio, los de Haití aún esperaban la llegada de las primeras vacunas. En la Argentina, habíamos superado el 25 %.
La empresa Bloomberg vaticinó que, si la vacunación diaria se mantenía con el ritmo que iba al 10 de junio de 2021, inmunizar a toda la población mundial podría demandar un año más. Es tan solo un pronóstico. Hace doce meses, era difícil anticipar que dispondríamos tan rápido de múltiples vacunas. Ha sido un hito científico. Como el ritmo de la vacunación se ha ido acelerando, a la vez que se aprueban nuevos productos y fabricantes, quizá podamos vacunar a todo el mundo antes de lo esperado. Sin embargo, según informó el New York Times, las dosis aplicadas día a día en los EE. UU. empezaron a caer cuando recién se había vacunado la mitad de la población.
“No sabemos cuál es ese valor mágico para la inmunidad comunitaria, pero lo que sí sabemos es que, si la gran mayoría de la población se vacuna, estaremos en mejores condiciones”, concluyó, entonces, Antoni Fauci, experto estadounidense en enfermedades infecciosas. Las experiencias de Chile, Uruguay y otros países con buenas coberturas es que, a pesar de ellas, pueden dispararse los contagios. Además, mientras haya zonas o localidades con baja cobertura en un mismo país o en el mundo, hay riesgo de brotes y circulación viral por los viajes y movimientos de personas. Ya hemos visto que, si no se contienen los brotes, los hospitales y demás centros de salud se desbordan, y que existe el riesgo de que algunas personas no reciban la atención que necesitan. Para garantizar el derecho a la salud, vuelve a restringirse la circulación de personas.
¿Qué esperar, entonces, para los próximos meses o años? En primer lugar, debemos tratar de mantener la calma para ir viendo cómo evoluciona la pandemia. Es fundamental que todos sigamos vacunándonos, que seamos los más posibles, que no tengamos dudas sobre las vacunas porque todas son seguras y eficaces, que hablemos con las personas indecisas y las ayudemos a informarse. Vacunarnos será la clave para convertir a la COVID-19 en una enfermedad infecciosa más. Además, mientras avanzan las campañas, necesitamos seguir cumpliendo las disposiciones de los Gobiernos y las demás medidas para prevenir la transmisión del coronavirus. Cuantos menos contagios haya, menor será la posibilidad de que aparezcan nuevas variantes del coronavirus, que podrían “escapar” de la protección de las vacunas actuales.
Prevenir enfermedades preserva nuestra salud y la de quienes nos rodean, y permite el desempeño óptimo de las personas y el desarrollo de las comunidades. Resguarda la educación, el trabajo, la economía y el disfrute del ocio y la vida personal. Sin embargo, más de un año después de la pandemia, el cansancio, el estrés y ese futuro aún incierto pueden potenciar la tendencia que todos tenemos, en mayor o menor medida, a actuar en contra de nuestro propio bien. Pueden llevarnos a pensar que cuidarse ya no vale la pena.
Frases como “ya no aguanto más, no me importa si me enfermo” suelen aparecer cuando nos volvemos impacientes y preferimos una recompensa inmediata a un beneficio mayor en el futuro. Intentamos volver al estado “conocido” de las cosas porque percibimos la realidad actual como una pérdida, y el descontento tiene más peso que lo estamos ganando y el bienestar que nos traerá. A veces, esa impaciencia también se combina con un “exceso de confianza”. Es la tendencia a exagerar nuestra capacidad para lograr algo y a sobreestimar la probabilidad de que nos ocurran cosas buenas (a la vez, subestimamos las malas): “Tengo muy buena salud, mejor que la de otras personas; por eso, tengo mayor capacidad de luchar contra la enfermedad”; “Mis amigos volvieron a sus rutinas y a reunirse igual que antes, pero no se contagiaron, así que no hay riesgo si yo también lo hago”. Hoy sabemos que, lamentablemente, las personas sanas y también las jóvenes se han vuelto más vulnerables porque aparecieron variantes del coronavirus con mayor agresividad.
La impaciencia y el exceso de confianza u optimismo pueden manifestarse a cualquier edad, incluso, en quienes ya se vacunaron con una o con dos dosis. Sabemos que aun así pueden contagiarse y transmitir el virus. Numerosas investigaciones se enfocan en nuestros “sesgos o desviaciones de la conducta racional” y en cómo trabajar en ellos. En 2020, el Banco Interamericano de Desarrollo recomendó a los Gobiernos seguir los principios de la “economía del comportamiento” para que las personas incorporaran hábitos preventivos al principio de la pandemia, pero también para transitar luego hacia un aislamiento flexible.
Cambiar no es sencillo, y a veces necesitamos que nos orienten. Podemos buscar apoyo y acompañamiento de profesionales y de quienes nos rodean. Ser más conscientes sobre la forma en que tomamos decisiones y reflexionar sobre cómo estamos actuando puede ayudarnos a evaluar nuestras actitudes y a reafirmarlas o modificarlas para cuidarnos más. Así, quizá, tengamos la posibilidad de transitar mejor el tiempo que quede hasta “normalizar” nuestra vida.
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