”Imaginemos una dolencia que vuelve a una persona irritable y deprimida, y que se asocia con un aumento del 26 % del riesgo de muerte prematura. Imaginemos también que, en países industrializados, afecta a casi un tercio de la población. Ni los ingresos, ni la educación, ni el género, ni la etnia protegen contra ella, y es contagiosa. Sus efectos no se atribuyen a rasgos de personalidad de un subgrupo de individuos, sino que la sufren personas comunes. Esa dolencia existe, y se llama ‘soledad’”.
Con este párrafo comenzaron los neurocientíficos John y Stephanie Cacioppo una carta a los lectores de la revista británica The Lancet, líder mundial en el campo de la medicina, para llamar la atención sobre este creciente problema de salud pública. El Reino Unido ya estaba decidido a hacerle frente: un mes antes, Theresa May había anunciado la creación del Ministerio de la Soledad. Y la conciencia se va globalizando: el Ayuntamiento de Madrid celebró el Foro Internacional sobre la Soledad, la Salud y los Cuidados en noviembre de 2018.
“Una de cada cuatro personas, regularmente, se siente solitaria”, señala el cardiólogo argentino Daniel Flichtentrei en un artículo del sitio IntraMed, del que es director editorial. También advierte que el impacto de la soledad en la salud física se compara al de fumar 15 cigarrillos al día y detalla que el aislamiento social está muy asociado con la depresión, el suicidio, la ansiedad, el insomnio, el miedo y la percepción de amenazas. Se relaciona, además, con la demencia, la hipertensión arterial, las enfermedades cardíacas, la obesidad, la diabetes, los ACV, las infecciones, las enfermedades autoinmunes, el suicidio, la depresión y los accidentes domésticos y viales.
“Nuestro bienestar está intrínsecamente vinculado a las vidas de los demás. Pero vivimos una cultura que nos repite con insistencia que vamos a prosperar a través del interés propio, de la competencia y el individualismo extremo”, reflexiona Flichtentrei. Según su artículo, todo indica que la soledad que enferma y mata es la “soledad percibida”, es decir, la determinada por la profundidad y la calidad del vínculo más que con la cantidad de personas en el entorno.
“Podemos disfrutar mucho el estar solos; pero, desde una perspectiva evolutiva médica. Tener la posibilidad de contar con un grupo de personas importantes en las que confiar nos brinda una seguridad fundamental a los seres humanos para sentirnos mejor”, amplía Hirsch, que es autor del libro Inteligencia para el bienestar.
Con el tiempo, las relaciones se vuelven, a veces, más complejas porque existen más diferencias, nuevas necesidades y más convicciones respecto a las preferencias de ambas partes. “Por ejemplo, lo que nos puede parecer importante en una amistad durante la adolescencia, como alguien que me acompañe a bailar, puede no coincidir con lo que deseamos en la mediana edad, como alguien que me acompañe con su familia en mis vacaciones y cuyos hijos también tengan una muy buena relación con mis hijos”, amplía Hirsch.
Por esto, para evaluar los vínculos afectivos (algo que no considera fácil) y reforzarlos, recomienda en primer lugar reconocer que no hay relaciones perfectas. “Siempre hay aspectos negativos para mejorar. Algunos no van a cambiar, pero otros pueden fortalecerse. A modo de ejemplo, está estudiado que la mayor parte de las diferencias por las que discuten las parejas no van a resolverse nunca. Pero, en casi todos los vínculos, hay puntos de conexión que se pueden desarrollar”, asegura el terapeuta.
Algunas estrategias que propone para dar los primeros pasos son las siguientes:
Hirsch también comparte algunas ideas para generar nuevos vínculos, por ejemplo, iniciar una conversación con algunas de las personas que uno ve con frecuencia en el gimnasio o con las que uno interactúa en el trabajo. Otras son unirse a un grupo para hacer actividad física, aprender un idioma, tomar un curso de arte o historia, sumarse a viajes grupales o tareas de voluntariado.
Asimismo, el especialista sugiere formas de interactuar que pueden contribuir a que las conversaciones sean más atractivas y al acercamiento: mencionar aspectos elogiables del interlocutor o de terceros; utilizar en la conversación palabras positivas (hablar de “futuro”, “capacidad”, “diversión”, “felicidad”); incluir recursos de comunicación no verbal positiva (una sonrisa, transmitir tranquilidad); recurrir con frecuencia al sentido del humor (reírse y hacer reír); interesarse por el otro (preguntarle por su familia, por sus motivaciones); buscar temas de conversación atrayentes, como las experiencias vividas o los intereses comunes. “No todas las estrategias funcionarán para todos, así que necesitamos probar distintos enfoques para ver qué nos puede resultar funcional a cada uno”, cierra Hirsch.
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