”De nuevo tengo un empacho”. “Me duele la panza, me siento hinchado y me cae mal lo que como”. “Estoy mal del hígado”. Estas frases suelen usarse sin distinción para indicar que tenemos un malestar estomacal o de otro órgano del aparato digestivo. Pero aluden a trastornos diferentes que, en realidad, no necesariamente producen los síntomas que queremos describir.
Es habitual que los pacientes lleguen al consultorio clínico con hinchazón, náuseas, eructos frecuentes, sensación de empacho o de imposibilidad de digerir los alimentos, ardor en la parte superior del abdomen o en la parte inferior del pecho. Hasta que logramos identificar la causa de los síntomas, los médicos llamamos a ese estado “dispepsia”. No se trata de episodios ocasionales, como después de una comilona, sino que los síntomas persisten. Hay quienes conviven con esta enfermedad, que incapacita y ocasiona ausentismo laboral.
Aunque es una de las situaciones en que los pacientes creen estar mal del hígado, no es así. El problema puede localizarse en el esófago, en el estómago o en el intestino delgado asociado al páncreas. Los orígenes de la dispepsia pueden ser muchos: desde trastornos funcionales, producidos por nervios o estrés, hasta problemas orgánicos. Por eso, cuando el paciente llega con síntomas de dispepsia, la primera medida es interrogarlo para determinar si hay que hacerle estudios con urgencia.
Si no tiene anemia ni bajó de peso, se prueba un tratamiento de dos meses con medicamentos –ranitidina, omeprazol u otros– que disminuyen la producción de jugo gástrico. En el caso de las dispepsias funcionales, este tratamiento permite la recuperación. Pero, si el paciente recae al suspender la medicación o si antes de cumplidos los dos meses manifiesta no sentirse mejor, entonces, es necesario realizarle estudios que permitan determinar qué lo aqueja. Para eso, el método más práctico y efectivo es la endoscopía digestiva alta (por la boca).
Si pierde peso junto con los síntomas de dispepsia, puede ser un indicio de que no se trata de un trastorno funcional, sino de un problema orgánico, es decir, que tiene una causa que lo produce.
Un tipo de trastorno orgánico es la dispepsia ulcerosa. Por el dolor que causa la úlcera, la persona no puede comer y, entonces, pierde peso. Otras causas comunes son los antecedentes de enfermedad ulcerosa previa, la esofagitis o la ingesta elevada de antiinflamatorios, como sucede después de un tratamiento prolongado contra el dolor en otra área del cuerpo. Existe también la posibilidad de que la persona produzca mucho jugo gástrico y de que este suba al esófago, erosione el tejido y produzca dolor esofágico y cambios en el estilo de vida.
La dispepsia es más común en las mujeres y, en general, se presenta antes de los 40 años, asociada a causas emocionales o a antecedentes individuales. Ahora bien, si la persona afectada tiene más de 45 años, fuma, nunca tuvo este tipo de problemas antes y, de repente, estos aparecen, los médicos debemos prestarles atención. Es importante estudiar a quienes, además de síntomas de dispepsia, tienen factores de riesgo coronarios, como tabaquismo, sobrepeso o sedentarismo, ya que algunos trastornos del corazón pueden manifestarse en forma similar y, entonces, confundirse.
Es importante que las personas con dispepsia cuiden su alimentación:
A diferencia de la dispepsia funcional, las gastritis y úlceras producen dolor intenso como síntoma predominante, que se calma luego de ingerir alimentos y de neutralizar así los jugos gástricos. En general, afectan a personas que tienen antecedentes de una enfermedad ulcerosa o de episodios similares producidos por estrés.
Si la barrera mucosa que protege la pared del estómago se debilita o lesiona, los jugos gástricos dañan e inflaman el tejido. El término general “gastritis” engloba un grupo de enfermedades en las que el revestimiento del estómago está inflamado, mientras que las úlceras son llagas abiertas en ese revestimiento (úlceras pépticas) o en la parte superior del intestino delgado (úlceras de duodeno).
Existen diferentes causas de úlceras. Una de ellas es la infección por la bacteria Helicobacter pylori, que se ha detectado en, al menos, el 33 % de la población mundial, aunque no todos los portadores se enferman. Este microorganismo tampoco está presente en todos los pacientes con úlceras gastroduodenales. Ni el estrés ni los alimentos picantes causan úlceras pépticas, aunque sí pueden empeorar los síntomas.
En general, la gastritis es ocasionada por la misma infección bacteriana, aunque también pueden contribuir el uso frecuente de ciertos analgésicos y beber demasiado alcohol. Aparece de repente (gastritis aguda) o con el tiempo (gastritis crónica). En la mayor parte de los casos, la gastritis no suele ser grave y mejora con rapidez cuando se trata. En otros, puede producir úlceras y aumentar el riesgo de cáncer de estómago.
Si un médico sospecha que su paciente puede tener una gastritis o una úlcera debidas a Helicobacter pylori, debe solicitar una endoscopía, buscar la infección y, si esta se confirma, indicarle a la persona antibióticos durante 7 días y un medicamento para disminuir la producción de jugos gástricos durante 30 días. No es necesario hacerle una nueva endoscopía para confirmar que se eliminó la bacteria. El estudio solo se repite si el paciente no mejora –algo que sucede con muy poca frecuencia– o si en la primera evaluación se encontró una úlcera en el estómago.
Estas úlceras de estómago se tratan con medicamentos durante ocho semanas, y algunos meses después se realiza una endoscopía para ver si desaparecieron. Es una medida necesaria porque las lesiones pueden ser el asiento de tumores. En las úlceras de duodeno, no se requiere la endoscopía.
Es una creencia común que los problemas de hígado o los cálculos en la vesícula provocan síntomas similares a los de la dispepsia. Con frecuencia, también se asocian los dolores del lado derecho del abdomen con malestares hepáticos. Sin embargo, el dolor por afecciones del hígado o de la vesícula no solo aparece en la zona, sino que suele extenderse al hombro derecho por cómo se distribuyen las ramificaciones nerviosas.
A veces, cuando hay cálculos en la vesícula biliar y se producen cólicos, el dolor en el abdomen superior puede ir acompañado de vómitos y fiebre. Son eventos agudos y muy dolorosos, que convocan al paciente a la consulta en una guardia.
Los dolores en la parte derecha del abdomen son, en la mayoría de los casos, dolores intestinales, que se producen cuando se distiende la porción llamada “ángulo hepático del colon”, que es donde el intestino produce muchos gases, y toma contacto con la cápsula del hígado.
La mayoría de los casos de indigestión duran poco, y no se necesita atención médica. Otros malestares, en cambio, deben consultarse con un profesional:
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