Los cuatro primeros resultados de buscar en Internet “tatuajes blackout” hablan de “peligros”, de “riesgos”, de que “los prefieren las celebridades” y de que “es la técnica que elige Messi y gana seguidores”. Quizá por esto, el quinto, una conocida red social, ofrece “más de 25 ideas increíbles” para cubrirse uniformemente la piel con tinta negra. Casi todas abarcan una superficie extensa de los brazos, las piernas, la espalda o el pecho.
No es nada nuevo; por el contrario, el blackout o black work es uno de los estilos más antiguos, con orígenes tribales. Algunos lo eligen para ocultar tatuajes previos; otros, como primera expresión de arte corporal. Al igual que otros tatuajes extensos, con tintas más claras, “pueden despertar amor u odio”, según un sitio web en el que también se asegura que “llegaron para quedarse”. Para la medicina, plantean un desafío: el estudio de los lunares presentes en esas superficies tatuadas.
“En estos casos, el control debe ser mucho más exhaustivo, se debe prestar mucha más atención porque algunos lunares pasan desapercibidos, sobre todo, si son pequeños y si se usó pigmento negro o de los más oscuros”, advierte Cristina Pascutto, presidenta de la Sociedad Argentina de Dermatología. Y agrega: “Si al dermatólogo le resulta complicado, más al paciente, que ni lo ve como para consultar. Son realmente un problema”.
El objetivo principal del autoexamen de lunares y del estudio periódico por un especialista es la detección precoz del melanoma, el cáncer de piel menos frecuente pero más agresivo. Tiene una gran capacidad de diseminarse a otros órganos (metástasis) y de causar la muerte; pero, en especial, tiene una alta probabilidad de curación si se lo diagnostica en etapas tempranas.
Siguiendo la definición del Instituto Nacional del Cáncer de los EE. UU. (INC), un lunar común es un tumor benigno que se forma cuando los melanocitos, células pigmentadas de la piel, crecen agrupados. Lo usual es que tengan menos de 5 milímetros, sean redondos u ovalados, y presenten superficie lisa, bordes definidos y color rosado, tostado o castaño uniforme. Con frecuencia, se elevan sobre la superficie de la piel con forma de “cúpula”. Es raro que se conviertan en un melanoma. En cambio, los lunares atípicos o nevos displásicos suelen ser más grandes y tener una apariencia diferente. Tienen más probabilidades de convertirse en un melanoma, aunque la mayoría de ellos se mantienen estables con el tiempo. Por eso, requieren una evaluación periódica. Un cambio de la forma, del color o del tamaño de un lunar, o de la sensación al tacto es, en general, el primer signo de un tumor. Las características de un melanoma en una etapa inicial siguen la regla “ABCDE”, que así detalla el INC:
Asimetría. Una mitad del lunar tiene forma diferente de la otra.
Bordes irregulares. Con frecuencia, son desiguales, con muescas o con contornos borrosos. El pigmento puede extenderse a la piel que rodea el lunar.
Color desparejo. Se observa una mezcla heterogénea de tonos (marrones, negro, rojo, grises, rosados, azules, blancos).
Diámetro. En general, hay un aumento de tamaño. La mayoría de los melanomas tienen más de 6 milímetros, aunque hay más pequeños.
Evolución. Se observan cambios en función del tiempo (semanas o meses) de las características del lunar, como el color (de claro a oscuro), el tamaño, la forma o la sobreelevación.
Algunos melanomas pueden presentar solo uno o dos de estos rasgos distintivos. “Esos elementos o características deben ser motivo de consulta con un dermatólogo, es por lo que nosotros siempre bregamos”, enfatiza Pascutto. Pero alerta: “Cuando el lunar está lleno de pigmento del tatuaje, se dificulta la observación de esas características de forma directa o con el dermatoscopio, instrumento que nos permite observar con gran aumento estructuras con patrones característicos para diferentes tipo de lesiones neoplásicas; y la evaluación puede ser incorrecta o insuficiente. Si a uno le parece que no está todo bien, que hay algo que no es del todo normal, tiene que terminar haciendo una biopsia que, quizá, no era necesaria”.
De acuerdo con la especialista, no existen investigaciones que vinculen los pigmentos con la malignización de lunares. “Sí hay estudios sobre desarrollo de tumores, especialmente de melanoma, por el traumatismo causado por el tatuaje o por el estímulo que puede dar el pigmento. Pero no está estudiado si realmente fue el pigmento lo que causó el proceso –afirma–. Que un tatuaje pueda desencadenar un tumor no está probado, pero siempre es un elemento antigénico, extraño, que puede modificar el funcionamiento de la célula. Uno no sabe qué puede pasar, sobre todo, si se tatúa sobre algún tipo de lunar”. También señala que se ha visto la aparición de melanomas sobre tatuajes; sin embargo, no se ha podido saber si el paciente tenía una lesión previa o si el tumor era consecuencia no de la tinta, sino de la exposición al sol.
Pascutto remarca, entonces, la importancia de consultar con un dermatólogo antes de tatuarse para que evalúe qué lunares hay en la zona elegida, en especial, si es muy extensa. “Como no todos los lunares son iguales ni todos tienen la posibilidad de evolucionar a un cáncer, en función de los que se encuentren, se puede definir el área más adecuada para el tatuaje”, destaca. Y añade: “Hay personas que tienen muchísimos lunares y, quizá, quieren tatuarse. En estos casos, debemos tener en cuenta la extensión del tatuaje, los colores de los pigmentos y el tipo de diseño, qué tanto cubre la superficie”.
Aun para esas pieles, existen opciones. Por ejemplo, trabajar con el diseño para que bordee los lunares es suficiente para que se mantenga la buena visualización. Es alentador los médicos no sean los únicos que plantean esta alternativa. “Hay tatuadores que, en verdad, son muy conscientes en su trabajo, no solo en lo que respecta a las medidas higiénicas y de bioseguridad para prevención de infecciones”, asegura Pascutto. Pero advierte que otros aprendieron y trabajan de un modo más informal, lo que pone el foco también en este aspecto clave para considerar a la hora de tomar la decisión de tatuarse.
La dificultad para evaluar los lunares que están en la superficie tatuada o para detectar nuevas lesiones que evidencian un melanoma no son las únicas consecuencias médicas posibles de grabarse la piel. Cristina Pascutto, presidenta de la Sociedad Argentina de Dermatología, señala una tercera: la acumulación de pigmento en el llamado “ganglio centinela”, primer ganglio de drenaje de la vía linfática, que puede llevar a pensar en la presencia de una metastasis de un melanoma inexistente.
La causa más frecuente de pigmentación de ganglios linfáticos en las personas que tienen melanoma es la metástasis. La biopsia del ganglio centinela se utiliza para determinar en qué estadio se encuentra el tumor; y, en casos en que el estudio por anatomía patológica tenga un resultado positivo, se indica la extracción de una cadena de ganglios. Entonces, si el pigmento se acumula en el ganglio centinela, puede ser un falso positivo que confunda la situación. Ante este panorama, especialistas han recomendado que, si el paciente tiene un tatuaje, se le hagan estudios específicos para confirmar que la pigmentación se deba a una metástasis y evitar así cirugías innecesarias y sus complicaciones. No es, por lo tanto, un tema para ignorar.
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