Pasó el año 2012. Se fue 2017. Pero no falta tanto para 2023, la próxima oportunidad de concretar el sueño de Elisabeth Achelis. Esta estadounidense nacida en Brooklyn (Nueva York) comenzó en 1930 una cruzada para reemplazar el actual calendario gregoriano por el llamado “mundial”. “¿Nuestro calendario no debería ser tan simple como nuestro reloj?”, ha sido el lema del movimiento que inició.
Achelis, de buena posición económica, buscaba algo más que la rutina doméstica, los viajes o el ocio. Quería darle sentido a su vida. Y, aunque trabajó un tiempo como enfermera de la Cruz Roja durante la Primera Guerra Mundial, aspiraba a más. En 1929, asistió a la conferencia de Melvil Dewey, creador de un sistema de clasificación bibliográfica. “Dewey habló sobre simplificar la vida, y su charla se centró en los beneficios de la estandarización para la paz mundial y los negocios exitosos”, detalló Molly McGrath en su resumen de la historia de Achelis, disponible en Internet. El orador también mencionó un calendario de 13 meses.
El fuego que Dewey encendió en Achelis se avivó cuando poco después ella leyó una carta de lectores en el diario The New York Times. Según McGrath, el autor sugería al Comité Nacional de Simplificación del Calendario considerar la adopción, en lugar del cada vez más popular calendario de 13 meses, de uno de 12 meses que podría datar de 1745 y que había sido publicado en 1834 por el sacerdote y matemático Marco Mastrofini. Sobre el impacto que esta lectura tuvo en Achelis, McGrath aseveró: “Supo al instante que su lucha por algo con que ayudar al mundo en que vivía había llegado a su fin”. Al año siguiente, Achelis fundó la Asociación para el Calendario Mundial (TWCA, por sus siglas en inglés), que fue sumando adeptos, como McGrath, la presidente de 2000 a 2005.
Según el calendario mundial, el comienzo de cada año –1 de enero– cae siempre el mismo día de la semana: domingo. Por eso, el reemplazo debería hacerse cuando el último año según el calendario gregoriano termine un sábado, 31 de diciembre. Esto volverá a suceder en 2022. Implementado el cambio, estos inicios y finales sucederían de manera idéntica y perpetua, tal como marcan las agujas del reloj el inicio y el fin de cada hora y minuto al pasar por el mismo punto de la circunferencia.
Para esto, el calendario mundial introduce modificaciones clave. Consta de cuatro meses de 31 días, separados entre sí por dos meses de 30 días, lo que define cuatro trimestres que también comienzan un domingo y terminan un sábado. Además, se estabiliza y perpetúa agregando el día 365, llamado “día mundial” o “M” (en inglés, se lo identifica con la letra “W”). Los años divisibles por cuatro, salvo los que terminen en «00” y no sean asimismo divisibles por 400, son bisiestos e incorporan otro día M.
“Los días M tendrían la consideración de fiestas mundiales”, puntualiza el físico e historiador español Wenceslao Segura González en su libro La reforma del calendario. Y explica que es “una idea en que insistieron los promotores del calendario mundial, al tomarlo como uno de sus rasgos más atractivos, habida cuenta de los lazos que se generarían entre todos los pueblos y países del mundo al hacer una celebración conjunta”.
Los partidarios del calendario mundial han hecho hincapié en su potencial para resolver los defectos del gregoriano. En su libro, Segura González dedica un capítulo completo a tales fallas y presenta algunas consecuencias “de la desbaratada estructura interna del calendario gregoriano, que nada tiene que ver con la racionalización” a la que están sujetas las demás medidas. Opina: “Quizás el efecto más perturbador del calendario sea la falta de encaje de la semana en los meses, de esto resulta que el calendario vaya cambiando de año en año”.
Uno de los problemas que advierte es que muchos salarios se perciben de forma mensual, pero no se trabaja lo mismo de mes a mes. Dado que el calendario actual consta de meses de 28, 29, 30 y 31 días, el número de jornadas laborables (sin contar sábados y domingos) varía entre ellos. “Por ejemplo: febrero tiene en los años ordinarios 20 días laborables […], mientras que los meses largos de 31 días pueden llegar a tener 23 días laborables, lo que representa el 15 % más”. Quienes trabajan por semana también perciben la diferencia. “Algunos meses se cobra cuatro veces y cinco en otros, lo que se nota en la economía familiar”, resume el español. El calendario mundial corrige estas falencias porque todos los meses constan de 26 días hábiles.
Otro inconveniente involucra la agenda mensual y semanal. Como no hay una correspondencia fija entre fechas y días de la semana, cualquier evento debe programarse con un almanaque. ¿No sería más fácil para quienes desean vacacionar durante la segunda quincena de enero saber que siempre deben contratar el alojamiento a partir del domingo 15? Es lo que propone el calendario mundial. Con él tampoco habría necesidad de fijar de año a año las Pascuas o los feriados y sus corrimientos. Es más, si la fecha de las elecciones nacionales se fijara el domingo 22 de octubre, como en 2017, uno ya sabría que no debe hacer planes para ese día en los años impares. Más allá de que el mundo ya se haya acostumbrado a regirse por un calendario no uniforme, Segura González considera que “no por ello es menos molesto”.
El español relata que, solo meses después de la creación de las Naciones Unidas, en 1945, el secretario general había recibido diversos proyectos de nuevos calendarios; y el asunto terminó por incluirse en la agenda de esa organización. Durante los años siguientes, hubo avances que no llegaron a concretarse. Hasta que en 1955 el Departamento de Estado de los EE. UU. se opuso a la reforma y a que se siguiera tratando. Según sus argumentos, que contemplaban la oposición religiosa, no se había corroborado el apoyo de una amplia mayoría de los ciudadanos de ese país. Un año después, se cerró la discusión.
Abatida, Achelis dejó la presidencia de la TWCA. A ella, “que a tantos ilusionó con su deseo por hacer un mejor calendario”, Segura González le dedicó su libro. Y con razón: más de cincuenta mil socios se unieron a su causa. También tuvo importantes adhesiones, como la de Mahatma Gandhi, citada por el historiador: “[Estoy a favor de un calendario normalizado, así] como estoy a favor de una moneda para todos los países y una lengua suplementaria artificial (como el esperanto, por ejemplo) para todas las personas. He sido informado, y me alegro, del movimiento internacional para la reforma del calendario, los esfuerzos hechos por los americanos en esta dirección son particularmente laudables porque representan una pura filantropía”.
¿Y si alguien pensara en retomarlos? “Creo que no hay ninguna posibilidad de que hoy o a mediano plazo se pueda implementar un nuevo calendario que perfeccione el gregoriano –asevera Segura González, consultado por Reflexiones–. Se necesitaría un acuerdo previo de todos los países, una operación de tanta envergadura que considero imposible en un mundo tan dividido”. Anticipa otros obstáculos, como elegir el calendario ideal: “Se mezclarían muchos intereses, a los que se añadirían los religiosos, que serían insuperables”. Pero, a su entender, hay una dificultad aún mayor: “Implementar un nuevo calendario llevaría muchos años, medio siglo o tal vez más, un esfuerzo titánico y un enorme gasto de todas las administraciones para adecuar leyes y cambiar los hábitos”.
Probablemente, habrá quienes disientan de su opinión. Un indicio es que el sitio web oficial de la TWCA se actualizó por última vez en 2016. Y aunque al cierre de esta nota no se había logrado establecer un contacto, puede que la llama que propagó Achelis no se haya extinguido.
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