En ocasiones, sentimos que queremos vivir mejor. Puede ser por diferentes motivos, como nuestro estilo de vida citadino y acelerado. Las situaciones que nos generan estrés son parte de la vida. Y, quizá, no nos es posible modificarlas o, al menos, no en el corto plazo. Sin embargo, sí podemos aprender a identificar qué nos produce estrés o preocupación —¿los problemas económicos, el trabajo, la vida sexual, las relaciones interpersonales, el futuro, las enfermedades, la soledad?—, y a manejar su impacto en la salud física y emocional.
La Clínica Mayo, de los EE. UU., nos ofrece esta breve lista de conductas para no solo manejar el estrés, sino también mejorar nuestra calidad de vida:
Además, es importante tomar consciencia de que no todo puede o debe hacerse «hoy», como tampoco podremos siempre hacer todo lo que planeamos o queremos. Muchas veces, un trabajo particular nos lleva el doble del tiempo calculado. Es necesario, entonces, ser más realistas al organizar nuestras tareas y al ordenar nuestras prioridades para que también haya espacio para lo que nos hace felices —a veces, actividades tan simples como caminar, mirar una puesta de sol o encontrarnos con amigos—.
Cuando enfrentamos una gran dificultad, es útil dedicarle tiempo al final del día a analizarla con objetividad, como si fuéramos observadores externos. Esto nos ayudará a ubicarla en un contexto real y así seguramente encontraremos una salida creativa. Todos estamos dotados de un potencial creativo que descubrir y desarrollar en distintos ámbitos de nuestra vida.
También nos ayuda a estar mejor el vínculo que tengamos con nosotros mismos y con los demás. Es muy importante fortalecer la autoestima, es decir, desarrollar y mantener un concepto sano y equilibrado de quién y cómo somos, con nuestras virtudes y debilidades. La baja autoestima o falta de confianza en las propias capacidades produce frustración y temor. Y recordemos a Santo Tomás Moro: “Dichosos los que saben reírse de sí mismos, porque nunca terminarán de divertirse”.
La risa es saludable y reduce las tensiones. Evitemos el enojo, controlemos el mal carácter y la ofensa verbal, tan dañina como una agresión física. En cambio, respetémonos, seamos responsables y honestos, cumplamos nuestras promesas y no nos olvidemos de cultivar la empatía, que promueve el entendimiento. Poder compartir nuestros sentimientos, angustias, éxitos o fracasos con nuestros amigos o con aquellos que nos quieren siempre nos enriquecerá.
Finalmente, apreciemos el presente y valoremos las cosas positivas de la vida. No lamentemos el pasado ni estemos siempre preocupados por el futuro. Evitar los pensamientos negativos nos hará sentir más libres y con paz interior. Tampoco vivamos soñando con lo que nos gustaría hacer en lugar de hacerlo. Más vale actuar y correr el riesgo de equivocarse. Lo importante es perseverar y capitalizar las experiencias. Se dice que es genio el que aprende de la experiencia del otro, inteligente el que aprende de la propia, y necio el que no aprende ni de una ni de otra.
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