Escribió Alejandra Pizarnik: «Afuera hay sol. / No es más que un sol / pero los hombres lo miran / y después cantan». Energía, vida, gozo y salud son beneficios que rápidamente pueden asociarse con los rayos solares. Pero ciertas radiaciones dañan la piel y los ojos si no se toman las precauciones necesarias antes de la exposición y durante esta.
«La cultura del sol es fuerte. El tema es saber que las cosas son buenas o malas según la medida», remarca Alberto Lavieri, médico dermatólogo y referente de la Sociedad Argentina de Dermatología. También recuerda que, con la mayor expectativa de vida, hoy las personas tienen más posibilidades de estar expuestas. El efecto acumulativo incrementa mucho el riesgo de desarrollar patologías. Para prevenirlas, es fundamental evitar los horarios no recomendados (ver recuadro) y, el resto del tiempo, elegir y habituarse a utilizar la protección adecuada.
Los rayos ultravioleta (UV), unos de los componentes de la radiación solar, pueden penetrar la piel y provocar quemaduras, envejecimiento cutáneo prematuro, daño ocular y ciertos tipos de cáncer. Existen tres clases de rayos UV: A, B y C. «Los que más nos preocuparían son los UVC porque son muy agresivos, pero la mayoría son absorbidos en la atmósfera –explica Lavieri–; mientras que los UVA y UVB atraviesan mucho más». Y agrega que las nubes y la capa de ozono no bloquean totalmente los rayos UVB, más riesgosos para el organismo. «Es de estas radiaciones de las que nos tenemos que cuidar», remarca.
Con respecto a los rayos UVA, el especialista comenta que la capa de ozono los filtra cada vez menos. «Son responsables del bronceado, pero también, secundariamente, como penetran en las capas profundas de la piel, destruyen el colágeno, producen envejecimiento y cáncer», advierte.
La piel es la barrera natural contra el sol, y su eficacia depende de lo que se llama «el fototipo». Lavieri detalla: «El fototipo 1 es el que nunca se broncea, el que siempre se quema. Es una piel muy sensible que se enrojece fácilmente y se ampolla. Así se llega hasta el 5, que es aquel al que vemos bronceado todo el año; nunca tiene quemaduras en la piel, sino que adquiere un color envidiable». Finalmente, la gama se completa con el fototipo 6, que describe a las personas de color.
Al exponerse al sol, la piel activa su defensa biológica, proporcionada por el pigmento natural melanina. «Entonces, uno podría decir que, si se broncea un poco, se protege. Pero, cuando eso sucede, la piel ya se quemó, ya se produjo daño», alerta Lavieri. Para evitarlo, se desarrollaron los fotoprotectores y pantallas modernos, de uso externo. Su acción se combina con las barreras físicas: la capa de ozono, las vestimentas, los sombreros y los anteojos.
Los protectores solares se clasifican según el factor de protección solar (FPS), un número que identifica la acción contra los rayos UV de acuerdo con el tipo de piel. A mayor FPS, mayor defensa. «En su fórmula, llevan filtros que frenan la acción de los UVA, que producen el bronceado rápido, y de los UVB, que generan un bronceado duradero», acota Lavieri.
Como aproximación, el FPS es el número de veces que el producto aumenta la defensa natural. «Si, cuando una persona se expone al sol, el eritema aparece habitualmente a los 10 minutos, con un factor de protección solar 2, tardaría 20 minutos», ejemplifica el especialista. De acuerdo con la ANMAT, los protectores solar se encuadran, a modo de orientación, de la siguiente manera:
A la hora de elegir el producto adecuado, Lavieri recomienda los que indican que protegen contra los dos tipos de radiaciones: UVA y UVB. También es fundamental conocer el tipo de piel para comprar la alternativa más adecuada. «Los protectores con FPS entre 2 y 6 no tienen utilidad; con FPS de 8 a 12 son, quizá, para pieles con fototipo 5. Siempre recomendamos que el FPS sea, como mínimo, 25. Es suficiente cuando se lo usa de forma permanente y siempre que la persona no haya estado en el agua o haya tenido un sudor excesivo», destaca el experto. Para pieles muy sensibles, aconseja usar un FPS superior a 50. «Los niños no deben estar expuestos al sol de 10 a 16 y, fuera de este horario, hay que protegerlos con vestimentas adecuadas y colocarles siempre el protector solar», enfatiza.
Según la ANMAT, en el rotulado principal de un protector solar, es obligatorio indicar de forma destacada el número entero de protección solar precedido de la sigla FPS o de las palabras «Factor de Protección Solar». Asimismo, informa que deben mencionar marca, contenido neto, domicilio del titular o elaborador o importador, lote y fecha de vencimiento del producto; deben indicar la composición cualitativa de los filtros solares, y deben tener las siguientes advertencias e instrucciones de uso:
Las etiquetas también deberán indicar si debe esperarse un tiempo, determinado por el fabricante, desde la aplicación hasta la exposición o para la reaplicación del protector.
Frente a la amplia variedad de productos disponibles, los consumidores pueden preguntarse si la calidad es proporcional al precio. «Mientras esté indicado el FPS y el protector se venda en una farmacia, en un comercio serio, no debería haber ningún problema. Hay cuestiones cosméticas, más que de protección, que los encarecen más o menos, y generan toda la gama», afirma Lavieri.
Tanto los protectores en crema como en spray son efectivos. «El tema es la aplicación –aclara el dermatólogo–: en las zonas pilosas, sobre todo, es más complicado distribuir las cremas. Pero, si se usa el spray, siempre hay que asegurarse de cubrir bien toda el área», resume. Además, sostiene que los productos para labios son útiles para acordarse de proteger también esa zona. «Aunque pueden usarse las cremas para el cuerpo –confirma–, los labiales son cosmetológicamente más aceptables, en especial, en lo que respecta al sabor».
Además de evitar daños en la piel, el uso de protectores solares permite minimizar los brotes de herpes labial. Se trata de una afección muy común, causada por el virus herpes simple, que aparece con mayor frecuencia en el verano, debido a la exposición prolongada al sol, pero también ocurre por esta causa durante el invierno. Produce dolor y quemazón en el labio. Luego aparecen vesículas o ampollas que se transforman en úlceras y costras. «El cuadro se resuelve en siete u ocho días y, algunas veces, se acompaña de un aumento del tamaño de los ganglios vecinos al lugar de las lesiones», señala el doctor Daniel Stamboulian.
El virus se transmite de persona a persona por contacto directo, por ejemplo, al besarse. El contagio también puede producirse por medio de objetos contaminados, como los que se utilizan para comer y beber. Ocurrida la primera infección, el virus permanece latente o inactivo en el cuerpo, a veces, por muchos años o de por vida. Con frecuencia, se reactiva y reaparecen los síntomas. Esto puede deberse a otros factores además del sol, entre ellos, el estrés, la fiebre causada por una enfermedad infecciosa y la menstruación. Algunas personas tienen uno o dos episodios al año, mientras que otras los repiten con mayor frecuencia.
«Frente al herpes, lo importante es no angustiarse y saber convivir con él. Si bien no existe un tratamiento curativo, puede aliviarse o prevenirse con los antivirales en dosis bajas y muy bien toleradas», insiste Stamboulian. La medicación actual permite acelerar la cicatrización de las lesiones, y el tratamiento supresivo consiste en administrar antivirales a diario durante períodos prolongados para evitar nuevos episodios.
Si el brote no pudo prevenirse, además de evitar las situaciones que favorecen el contagio, es importante lavarse las manos con frecuencia. Stamboulian recalca: «Una higiene adecuada puede eliminar el riesgo de propagar la infección hacia otras áreas del propio cuerpo, como los ojos».
La protección contra los efectos del sol es importante durante todo el año, no solo en verano, ya que la radiación se filtra de forma permanente, incluso, los días nublados o lluviosos. Se recomienda no exponerse entre las 10 y las 16 (como recurso práctico, se puede determinar si el horario es seguro cuando la sombra de una persona es mayor que la altura de su cuerpo). Fuera de ese período, se requiere siempre un protector solar.
Sin importar el lugar de residencia, todas las personas necesitan cuidarse del sol, en especial, aquellas que están más expuestas por sus actividades. Durante las vacaciones, hay que tener en cuenta que, en la arena, el agua y la nieve, los rayos solares se reflejan, por lo que es imprescindible contar con la protección adecuada. Debe aplicarse una cantidad abundante del producto 30 minutos antes de salir. Y es clave cubrir toda la piel, sin olvidarse de las partes calvas de la cabeza, del cuero cabelludo, de las orejas, del cuello, de la nariz, de los labios, de los párpados, de los empeines y del dorso de las manos. Como el ojo abierto no tiene defensas y la radiación puede producir cataratas, se aconseja utilizar anteojos apropiados.
Todos los protectores solares, aun los resistentes al agua, deben volver a aplicarse luego de dos horas de exposición continua y después de nadar, hacer ejercicio o transpirar en exceso. Antes de hacerlo, es fundamental asegurarse de que la piel esté bien seca.
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