La gran maestra Olga Cossettini decía que niños y niñas dibujan, pintan, escriben, cantan y juegan para expresar su alma. Sobre este cimiento crece el ser y se encamina al equilibrio y madurez. Por eso, las actividades estéticas eran esenciales en la “escuela viva” que creó con su hermana Leticia. A ese espacio, siempre abierto a la comunidad de Rosario, se acercaron muchos amigos, como Hilarión Hernández Larguía, que impulsaba ideas afines. Bajo su dirección, el Museo Municipal de Bellas Artes Juan B. Castagnino auspició en 1939 la muestra de dibujos de los alumnos de las Cossettini. Él mismo seleccionó luego los trabajos que se exhibieron en los EE. UU. por invitación de la Galería de Arte Infantil de Washington. También solía enviar a las aulas reproducciones de obras para que los chicos aprendieran sobre ellas.
“Recuperar el legado Hernández Larguía-Cossettini nos permite generar encuentros en los que la afectividad y la creatividad propicien procesos de exploración y de expresión del sentir de identidades singulares y colectivas”, comunica el Área de Educación del actual binomio Castagnino+Macro (Museo de Arte Contemporáneo de Rosario). Su coordinadora, María Florencia Cardú, conversó con Reflexiones sobre las infancias y el arte dentro del museo, pero también puertas afuera e, incluso, durante el aislamiento social. Aquí, los mejores extractos.
El cruce de lenguajes, como las artes visuales, el teatro, la poesía, la música, la expresión corporal, nace de la semilla de Olga y Leticia Cossettini, así como la importancia de lo vivencial, la experimentación, la materialidad y hasta la exploración en la naturaleza, como ellas propusieron. Es el modo en que enseñaban y en que nos formamos en el museo. Me animo a decir que Rosario es un ejemplo mundial de estas metodologías pedagógicas. Otra noción muy fuerte es la de “pasar por el cuerpo”, que busca una mayor integración entre mente, cuerpo y espiritualidad. Trabajamos con meditación antes de los talleres, como forma de conectarnos, un espacio de encuentro amable con el corazón.
Contemplar la obra es el inicio. Trabajamos desde hace mucho con un método llamado Programa de Pensamiento Visual, pero lo actualizamos para incluir la parte emocional. Nuestra misión es democratizar la gran colección de arte argentino contemporáneo e histórico, y acercarla a todos los públicos, sin importar su edad y con sus diferencias. Por ejemplo, para chicas y chicos, el arte abstracto “es lo más”. Conectan directamente porque son capaces de imaginar y completar la obra, sin intentar entenderla y sin juicios.
Cuando hablamos de “belleza”, nos alejamos de la noción de “lindo o feo” para transmitir la de “conciencia”: lo importante es que la obra señala algo. Por supuesto, toda expresión artística ocurre en un contexto histórico, político, social. Señalamos que el espíritu de cada ser humano tiene una necesidad en su época y que el arte ayuda a transitarla. Los chicos entienden así que no hay un modo, sino miles, tantos como personas. “Ah, bueno, entonces, no solo con el óleo se puede decir esto que siento, también con el cartón”. Se rompe el preconcepto de “perfección”, eso de “pintaste mal”. Aparece el juego, lo mágico, el disfrute.
Quizá, todavía perduren ciertos juicios de valor desde la escuela o desde la familia. Queda cierta visión de los museos como espacios cerrados o elitistas, o como meros receptáculos de cuadros. Cuesta pensar que niños y niñas puedan ser a través de una obra de arte. Sin embargo, nuestra trayectoria muestra que es posible generar un espacio para ellos en un museo. La experiencia de que un cuadro cobre vida —propuesta en que trabajamos con una actriz— es inolvidable. Los acompañamos desde que cruzan la puerta y estamos a su servicio porque, en la infancia, necesitamos el mundo del arte para generar mundos propios. Intentamos que ese terreno no les sea desconocido ni ajeno, sino que se convierta en lenguaje diario, en herramienta para expresarse. Además, tendemos puentes con el exterior. Vamos a las escuelas y tenemos programas territoriales en zonas de Rosario sin agua potable ni Internet.
En general, hay apertura, aunque pueden estar reticentes, sentir temor o hasta pedir permiso como en la escuela. Por eso, siempre trabajamos desde lo vivencial y la escucha. Cuando sienten que hay alguien presente, atento y que no impone, se sueltan. Si la persona que guía no tiene esa capacidad, no conectan. Hoy tienen otros modos y la capacidad mental de simultaneidad, pero también falta de atención u otros problemas. Ahí aparecen las singularidades, y hay que estar preparados para trabajarlas. Es clave también la multiplicidad de lenguajes. Quizá, no conectan con la pintura, pero sí con la música o con la poesía que lee la actriz. A veces pensás que no vieron nada del recorrido, pero después, cuando trabajan, te dicen: “Yo quiero agujerear la tela como Fontana”. Les queda la información aun cuando no se acuerden de algo tan concreto.
Creo que descubrís tu talento, sea cual fuere, cuando te dan un espacio de libertad sin juicio, la posibilidad de imaginar y elaborar una idea, una mirada amorosa. A veces, es el padre, la madre, alguien más que acompañó el momento. Quizá, la o el docente de plástica, aunque luego te dediques a la ingeniería. Sin embargo, lo que hacemos no tiene nada que ver con el fomento de habilidades, sino con esa experiencia —diría mágica— de desobturar, de habilitar otros modos de atención, de observar “lo mismo” de otras maneras, de aprender y aprehender mediante vivencias, de generar a través de recursos didácticos renovados otros modos cognitivos y de comprender la diversidad de identidades. No es lo mismo aprender música jugando y haciendo un ejercicio de poética con el piano del museo: “Vamos a hacer una partitura visual. ¿Cómo suena el amarillo? ¿Dónde sentís el amarillo en tu cuerpo?”. La mente sale de los lugares comunes y te permite habilitar otros mundos posibles. Genera confianza y autonomía, integra contenidos. Las habilidades y técnicas hoy se pueden abordar desde Internet, videos, comprar y asistir a cursos, pero la creatividad es otro tema, se cultiva, se nutre. Por eso, es necesario abrir esos espacios en las escuelas.
Es totalmente distinto, pero copado y aún más multiplicador. Antes, quizá, los chicos le contaban a la familia al volver o en el auto lo que habían vivido en el museo. Ahora se sientan juntos y “juegan” con recorridos en 3D. Fue genial que ya tuviésemos esta tecnología implementada antes de la pandemia. Con las escuelas, nos propusimos no sumarles a los hogares una exigencia más, sino acompañarlos. En una clase virtual, vemos obras con los chicos, damos una consigna y ellos solos o en familia trabajan y mandan fotos. En barrios sin Internet, hay docentes que enseñan por radio. Llevamos kits impresos, y los chicos mandan audios de lo van haciendo. Hasta hicimos un intercambio con Cuba por WhatsApp y funcionó bárbaro. Aun así, cada semana es un mundo. Se unen eslabones y otras veces se cortan, tratamos de no forzar. Enfatizamos lo polifónico para darle mucha apertura a la palabra. Las infancias necesitan canalizar lo que estamos viviendo y que haya espacio para empezar a construir desde ahí.
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