El 22 de marzo de 1895, Louis y Auguste Lumière proyectaron en la Sociedad de Fomento de la Industria Nacional, en París, La Sortie de l’usine Lumière à Lyon (La salida de la fábrica Lumière en Lyon), cuyas imágenes habían registrado solo tres días antes. Pero no fue ese corto de
46 segundos lo que devino en un hito del cine, sino la naturaleza colectiva de la experiencia: por primera vez en la historia, un grupo de personas se reunió para ver una filmación.
Tal vez se recordará como igual de excepcional el aniversario 125 de aquel primer encuentro: en gran parte del mundo, incluida la Argentina, las salas estaban cerradas para evitar, justamente, la concurrencia de público y el contagio de la COVID-19. Ya se había vedado o restringido el ingreso a los cines durante epidemias previas, pero la medida tuvo en 2020 un alcance sin precedentes. Y aunque los cinéfilos y los menos fanáticos ocuparon horas de aislamiento viendo películas en otras pantallas, a solas o en casa la sensación no es la misma. Es lo que se llama “efecto audiencia”.
“Cuando miramos una película con otros, nos volvemos parte de una constelación que tiene algún efecto sobre nuestra experiencia, ya sea positivo o negativo”, explica Julian Hanich, profesor de Estudios Cinematográficos en la Universidad de Groningen (Países Bajos), en la introducción de su libro The Audience Effect (El efecto audiencia), de 2018. Trasladó ese concepto de la psicología social al cine y postuló que la experiencia compartida con otras personas, todas o la mayoría desconocidas, es a la vez distinta de la vivencia solitaria y de la suma de las experiencias individuales de los espectadores. “Esto es más evidente cuando entran en juego emociones intensas o expresiones afectivas: miedo, tristeza, vergüenza, culpa, risa, gritos, lágrimas”, completa.
L’arrivée d’un train à La Ciotat (La llegada de un tren a La Ciotat, 1895) es una de las filmaciones más recordadas de los Lumière porque se decía que los espectadores, novatos, al ver que la locomotora se iba acercando a ellos, habían entrado en pánico y abandonado la sala. “Es un mito ya derribado”, asegura Hanich. Sin embargo, para él, es muy probable que el público haya gritado o se haya quedado sin aire. “Pudo haber sido, tranquilamente, una de las primeras reacciones colectivas fuertes”, opina. Desde su perspectiva, también imagina una explosión de risa contagiosa, en las primeras formas de comedia, como L’arroseur arrosé (El regador regado), proyectada por los Lumière en diciembre de 1895, durante su primera exhibición con entrada paga —el inicio del cine tal como se lo conoce hasta hoy—.
La risa de los demás puede hacer que un espectador advierta lo graciosa que es la película o, por el contrario, que no entendió algún chiste, lo que puede ser frustrante o desconcertante. Así la audiencia desencadena emociones tal como lo hace con frecuencia la película en sí misma. Y estas emociones y reacciones expresivas también afectan la consciencia de que hay otros en la misma sala oscura. Su risa, llanto o conversación pueden hermanar, incomodar o hasta molestar; pero saberse rodeado puede asimismo dar tranquilidad al ver una película de terror, cuando el miedo intenso genera la necesidad urgente de salir del “aislamiento” de estar inmerso en la trama para ampliar el foco hacia la situación colectiva. Por supuesto, todo depende de la personalidad de cada individuo, uno de los factores que influyen en el efecto audiencia, según Hanich.
Existen otras investigaciones que concluyen que la experiencia no es la misma en una sala de cine o, incluso, en función de la cantidad de gente en ella, según comenta Marina Moguillansky, doctora en Ciencias Sociales, investigadora del CONICET y coordinadora del Núcleo de Estudios en Cultura y Comunicación del Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (Argentina). Hanich aclara que, si bien su estudio se enfocó en las salas de cine, puede ser útil para abordar otros espacios donde una persona mira una filmación rodeada de pares, desde los aviones hasta los museos o, incluso, proyecciones en pantallas públicas.
¿Y las comunidades digitales, especialmente numerosas durante la pandemia? Moguillansky opina: “Hay algo de ese efecto audiencia que intentamos reinventar a través de las redes sociales, una manera de compartir que se da en las redes sociales porque no se puede hacer ya en el cine”. Hanich comenzó a indagar con sus alumnos en Netflix Party, que permite invitar a otras personas a ver un video y comentarlo por chat en tiempo real. “Lo veo como una forma moderna, interesante, de lo que uno de los primeros teóricos del cine, Vachel Lindsay, propuso como ‘cine con conversación’: la gente se sentaría en la sala y comentaría la película durante su proyección”, recuerda.
Incluso, para una serie de artículos sobre coronavirus y experiencias cinematográficas, Hanich escribió sobre las salas cinematográficas de realidad virtual, que permiten ver una película en una sala pública con otros o en una privada a solas o en compañía de quien se invite. En todos los casos, por cierto, se trata de avatars. “Siento curiosidad sobre la dirección que tomarán [las nuevas formas de experiencia colectiva], si las personas realmente se apropiarán de ellas”, reflexiona. Por ahora, la disponibilidad y el acceso a estas tecnologías es limitado.
En 2017, Moguillansky indagó en las prácticas de ver cine de un grupo de argentinos y concluyó que incluso quienes iban asiduamente a las salas veían muchas más películas en casa. De ser una práctica social masiva hasta mediados de siglo XX, pasó luego a fragmentarse cada vez más. Y a las variadas posibilidades que sigue ofreciendo la tecnología, ahora se suman meses con salas cerradas. ¿Revalorizará el público la experiencia colectiva luego del aislamiento social obligatorio o habrá consolidado el hábito de ver cine en casa?
“Hay, evidentemente, un encanto del cine como experiencia compartida, pero ya no va a volver a ser la práctica cultural dominante”, afirma Moguillansky. Sabe que mucha gente desea que reabra el cine y que encontrarse con otros es un aliciente para aquellas que lo eligen como salida de fin de semana. Por eso, más allá de ver películas, arriesga: “Va a haber, seguramente, un redescubrimiento de la vida colectiva, del placer de estar con otro”.
Más dudoso, Hanich imagina distintos escenarios. Por un lado, que haya, como se esperaría, ansiedad y deseo de volver al cine; por otro, que prevalezca la cautela y la gente evite congregarse allí por un tiempo. Pero también podría suceder que, tras un cierre prolongado y compensado con tantas otras opciones para mirar películas, que permiten elegirlas, verlas cómodamente en el sillón comiendo y conversando, y hasta detenerlas para atender un llamado o levantarse, termine siendo problemático volver al cine porque impone a los espectadores mantenerse sentados, quietos, silenciosos, aunque los conecte con la experiencia cinematográfica colectiva. Les quedará decidir, cuando ya no haya una pandemia que los aísle, si seguirán haciéndolo ellos mismos.
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