Un domingo de 2012, Pablo Elmassian leyó en la revista de La Nación un reportaje al ultramaratonista solidario Sebastián Armenault. “¡Qué bárbaro lo que hace, una locura!”, pensó. No imaginó que lo conocería en persona: Armenault, como otros tantos viajeros, llegó al consultorio del infectólogo en STAMBOULIAN. “De ahí en adelante, entablamos una relación de amistad. Vi que era una persona común y que teníamos casi la misma edad. Pensé que si él corría ese tipo de competencias, no sería imposible hacerlo”, recuerda.
Así decidió anotarse por primera vez en una maratón de 42 kilómetros en la montaña. Había empezado a correr a los 13 años, pero hasta los 35, cuando por primera vez se animó a los 15 kilómetros en asfalto, la actividad que lo apasiona había transcurrido –podría decirse– sin sobresaltos. En poco más de una década, sin embargo, pasó a los 21, a los 42 (una vez, en Chicago, “en las grandes ligas”, según lo cuenta) y, tras repetir ese número en altura, fue por los 60, 80, 100, 160 y 200 en la Patagonia, Córdoba, Catamarca y Jujuy. El último desafío fue en febrero de 2018. De todas esas experiencias compartió detalles en una charla con Reflexiones. Aquí, los mejores extractos.
Cuando era chico tenía sobrepeso y dificultades para bajarlo. En uno de los tantos intentos, empecé con mucha actividad física de distinto tipo: bicicleta, fútbol, gimnasio, correr. Como me gustaba, de a poco me fui metiendo más, entrenando por mi cuenta y sin supervisión. Luego, a los 18 o 19 años, me federé y entrenaba en el ENARD, en grupo y más controlado y supervisado. Corría 1500 metros. Ya, al ir a la facultad, dejé de formar parte de grupos, pero seguí por mi cuenta. Aunque no siempre corrí con la misma regularidad, nunca dejé de hacerlo porque lo disfruto y para mantenerme en forma.
De cuatro a seis veces por semana. Depende de si se aproxima una carrera o si acaba de pasar. Le sumo un poco de gimnasio, a veces, doble turno. Es un entrenamiento con bastante carga horaria.
Sí, se puede lograr, pero no de un día para el otro, sino de modo progresivo. Recomiendo ir probándose de a poco para ver cómo uno responde y, sobre esa base, ir animándose a más. A muchos, les ayudan los grupos de entrenamiento porque los contienen, los orientan, los motivan. Para entrenarse para la montaña, hay que incluir cuestas, y en Buenos Aires no tenemos muchas. Los que viven en la zona de competencia cuentan con esa ventaja, pero nosotros debemos ser creativos: hay algunas en la zona de Olivos o de San Isidro. Aunque menos pronunciadas, te dan fuerzas en las piernas. Esto se combina con musculación y bicicleta. Este tipo de carreras requieren paciencia, y creo que, por eso, no se ven corredores jóvenes, que hoy viven más en la inmediatez.
Yo no diría que lo hago. En ese aspecto, me siento naturalmente fuerte, creo que es innato. En distintos momentos de la vida y frente a diferentes situaciones difíciles, he visto que puedo tolerar frustraciones, caer y volver a levantarme. No sé cuál sería la forma de entrenar la fortaleza mental, pero es muy importante para las carreras en la montaña porque, si no estás en condiciones de soportar estrés por el clima, el frío, el hambre y otras situaciones extremas, vas a querer abandonar ante el primer problema. Yo voy sabiendo que esas dificultades son parte de lo que enfrentaré, y me gusta tener que hacerlo. Superé dificultades a las que nunca había estado expuesto: nieve y temperaturas bajo cero; en el Champaquí, me tocó estar arriba, solo, con tormenta eléctrica, granizo, poca visibilidad, y no podía parar. Las lesiones, a veces, te hacen pensar que no vas a aguantar el dolor. La mente juega mucho. Estas carreras tienen entre el 30 % y el 40% de abandono.
Sí, claro. Por un lado, yo no conocía el sur más allá de Bariloche y lo que he podido ver es increíble. Este tipo de circuitos no son destinos turísticos convencionales. Muchas veces son terrenos privados, cerrados al público, que se abren con este fin. Estos lugares más vírgenes son tremendos, paisajes indescriptibles, casi como la satisfacción visual. Son un aliciente para seguir adelante. Por otro lado, hay mucha camaradería. Se generan vínculos fuertes con desconocidos. En estas carreras, por reglamento, uno debe asistir a otros si lo necesitan y avisar a los organizadores. Además, encontrarse con alguien y seguir juntos un tramo te ayuda. Para mí, también es fundamental el apoyo de que me dan mi esposa y mis hijos para hacer esto.
No es minuto a minuto, pero tampoco estoy pensando en la meta aunque quiera llegar. Trato de ponerme objetivos de kilómetros o por etapas, como no parar hasta un puesto de control y lo mismo al retomar.
El beneficio mental es lo que más valoro: estar al aire libre es como una necesidad, me genera placer, me desconecta de la rutina y, a la vez, me conecta con lo que me gusta. Eso me fortalece. Desde el punto de vista físico, me ayuda a mantenerme en forma, sobre todo, porque la tendencia al sobrepeso nunca se pierde. Además, hace tres años me diagnosticaron enfermedad coronaria. Venía de correr 160 kilómetros en febrero y me colocaron cuatro stents en marzo. Nunca había sentido nada, pero los estudios de rutina no estaban saliendo del todo bien, me indicaron estudios más complejos, y así tuve el diagnóstico. Hoy correr es parte del tratamiento, a la par de la medicación.
He visto que algunos no quieren cargar la mochila para llevar menos peso, pero hay que saber respetar la montaña y es fundamental llevar todo el equipamiento obligatorio y necesario para estar bien alimentado, enfrentar condiciones climáticas adversas y manejar las heridas y lesiones que suelen aparecer durante la carrera. Como médico, tengo incorporada esa actitud preventiva que me permitió resolver situaciones.
Sí, más con los que llevo años atendiendo. Más allá de no ser clínico o cardiólogo, contarles que corro y lo que me pasó es una forma de promover la actividad física, la que a uno más le gusta hacer y de acuerdo con las propias posibilidades. A veces los pacientes se quejan por algún medicamento que tienen que tomar y yo les digo los que yo tomo y que, gracias a Dios, puedo hacerlo. Al atravesar esas situaciones, no les hablo desde la teoría, sino con más empatía y siempre con respeto.
Juan José Carbajales*
Durante un lustro corrí en la montaña y leí. Corrí y leí mucho sobre trail running. Y, mientras aumentaba distancias y páginas, me preguntaba por qué no había libros sobre esta disciplina escritos en la Argentina. Intenté cubrir ese espacio al contar mi experiencia en la Patagonia.
¿Correr y escribir? Sí, dos actividades solitarias, introspectivas y de búsqueda de la trascendencia. Se retroalimentan: al trotar se me caen las ideas, al volcarlas en papel se renuevan las ganas de ir a los senderos. Siempre corrí, siempre escribí: un libro jurídico y carreras cortas. Esta es la primera vez que uno el ultra running en acción y literatura. Haber terminado los 100K luego de un abandono previo fue la redención en vida. Terminar el libro, que también contiene poesías, fue un cultivo a la existencia.
Y ahora sigo trepando montañas para llegar al Mont Blanc. Y bajar para contarlo. Puesto que… ¿para qué hemos venido (a este mundo)? Para honrar nuestras capacidades e intentar ser felices. Yo, al menos por unas 18 horas, fui feliz. Feliz porque pude correr, porque los preparativos funcionaron, porque disfruté la carrera sin sufrir, porque abandonar fue una etapa más, porque corrí solo y corrimos juntos, porque a mis hijas les tatué el corazón, porque ¡no me dolió la rodilla! Porque pude hacerlo… y escribirlo. Feliz, en fin, por la revancha. Feliz.
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