Caminar, sentarse y subir o bajar escaleras son actividades naturales y cotidianas que, en la adultez, pueden volverse dificultosas o generar dolor debido a trastornos que comprometen el funcionamiento de la cadera. Otras veces, un golpe o una caída pueden alterar la movilidad de esa articulación. En algunos de estos casos, la mejor alternativa para recuperar la calidad de vida es operarse.
«Si bien hay varias instancias en las que se podría recomendar la cirugía de reemplazo de cadera, se puede hablar de dos causas principales: una de ellas es la fractura y la otra –probablemente, la más importante– es la artrosis de cadera, junto con otro conjunto de patologías que producen dolor», indica Carlos Di Stefano, médico traumatólogo y jefe de la Unidad de Traumatología del Hospital Pirovano y del Servicio de Ortopedia y Traumatología del Sanatorio Otamendi.
La cirugía de reemplazo articular o artroplastia es un procedimiento cada vez más común. Durante la operación, se saca la articulación dañada y, en su lugar, se coloca una prótesis. Estas piezas han mejorado mucho en la actualidad. Con mayor frecuencia, se colocan en caderas y rodillas, pero también en hombros, tobillos y codos. De acuerdo con las investigaciones, este recurso puede ayudar a recuperar la movilidad y a sentirse mejor incluso a pacientes de edad avanzada. Quienes reciben un reemplazo de cadera, en su mayoría, experimentan una importante reducción del dolor y mejoran su capacidad para realizar las actividades cotidianas.
«Hay algunos tipos de fracturas en ciertos tipos de pacientes que se tratan por medio de un reemplazo de cadera», aclara Di Stefano. Al hablar de artrosis o de otras enfermedades, para evaluar la conveniencia de una prótesis, se toma en cuenta la edad, el trastorno de base, las limitaciones ocasionadas, la intensidad del dolor y el estado general del paciente.
Cuando el sufrimiento o la rigidez limitan las actividades cotidianas, si el malestar persiste aun en reposo o no se alivia con medicación o terapia física, es probable que se indique un reemplazo de cadera. Pero, antes de llegar a la instancia quirúrgica, es importante agotar las alternativas de tratamiento más conservadoras, como bajar de peso, hacer fisioterapia, usar un bastón o un andador para caminar, o tomar medicamentos adecuados, ya sean analgésicos o antirreumáticos, en el caso específico de la artritis reumatoide.
«Es importante explicarle al paciente con claridad en qué escenario se encuentra», remarca Di Stefano. Algunos individuos no tienen dolor, a pesar de que su radiografía sugiera lo contrario, y pueden manejar su cuadro con analgésicos. Así evitan o postergan el paso por el quirófano. «Otros, sin embargo, con radiografías mucho más sencillas, tienen mucho dolor, están incapacitados, no disfrutan de la vida y no pueden caminar ni dos o tres cuadras», explica el especialista. Estos últimos son los candidatos a la intervención. Y una de sus primeras consultas es en qué momento deben hacerse el reemplazo de cadera.
«Ellos deciden cuándo operarse. No es el médico el que fija los tiempos», afirma Di Stefano. No obstante, destaca que se intenta lograr que los pacientes sean cada vez mayores. «El tema de la edad es controversial; pero, a partir de los 50 años, si el paciente está dolorido y se encuentra incapacitado, hoy puede operarse porque contamos con mejores prótesis desde el punto de vista tecnológico y biológico. Hace unos 35 años, a un paciente se lo operaba recién después de los 65″, recuerda.
Entonces, cada persona tiene que analizar su situación, su estilo de vida y determinar qué es lo que desea hacer en función de ello. «A partir de ese momento, se acerca al médico y le dice: ‘Vengo para que me opere porque no deseo seguir conviviendo con este dolor'», señala Di Stefano.
Antes de una operación, todas las personas deben cumplir con una serie de preparativos, como el lavado previo y el uso de una crema nasal para disminuir la colonización del estafilococo y, así, reducir el riesgo de infecciones (ver recuadro). Para esto, siempre se trata de internar al paciente un día o unas horas antes de la cirugía, y que el preoperatorio sea lo más corto posible.
Al día siguiente de la operación, lo habitual es que la persona pueda sentarse en la cama. Al segundo, que se ponga de pie e intente caminar por la habitación; y al tercero que deambule por el pasillo con bastón o andador para luego recibir el alta.
«Una vez en su casa, el paciente operado continúa su rehabilitación con sesiones de kinesiología y caminando por los ambientes, sentándose y parándose. Pasados de 15 a 18 días de la cirugía, se lo cita para quitarle los puntos», detalla Di Stefano. Poco después, puede comenzar con un programa gradual de caminatas y de ejercicios específicos para restaurar el movimiento y fortalecer la articulación.
¿Y cuándo estarán listos para retomar sus actividades diarias? La reinserción laboral dependerá del trabajo que realice la persona. A modo de ejemplo, Di Stefano compara dos ocupaciones muy distintas: un abogado puede volver a su estudio entre tres y cuatro semanas después de la cirugía; pero un albañil, que necesita subir a un andamio, debe esperar de tres a cuatro meses para volver a la rutina. Los pacientes pueden retomar la vida habitual y hacer ejercicio, como caminatas, bicicleta y natación, después de tres a seis meses de la operación. Sin embargo, no se recomiendan los deportes de alto impacto, entre ellos, correr.
Los resultados de la operación y la incidencia de enfermedades infecciosas dependen del cirujano, del ámbito donde se realiza la intervención y del paciente. «Si una cirugía cuenta con un profesional con experiencia, un ambiente adecuado y un paciente bien preparado, la tasa de infecciones rondará el 2 o 3%, pero irá aumentando en la medida en que alguno de estos tres factores cambie», explica Carlos Di Stefano, jefe de la Unidad de Traumatología del Hospital Pirovano. Y agrega: «La principal medida es la evaluación infectológica antes de la cirugía, una herramienta que a nosotros nos ha resultado muy útil».
Cuando aparece una infección en la zona operada, al paciente se le practica una cirugía de revisión: se saca la prótesis para poner otra intermedia, denominada «espaciadora», o una segunda prótesis. Se trata de intervenciones muy agresivas y, según advierte Di Stefano, hay personas que no las pueden tolerar, ya sea por su edad o por cualquier otra cuestión. «Con muchos de estos pacientes, acudimos al infectólogo para tratar de identificar el germen y para determinar si se puede indicar un tratamiento antibiótico. Si no hay dolor, la prótesis funciona bien y no lesiona el hueso, muchas veces se puede mantener sin necesidad de someter a la persona a una nueva operación», sintetiza el experto.
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