En el planeta, 300 millones de personas viven con depresión. Equivalen, aproximadamente, al 90% de la población actual de los EE. UU. o al total de habitantes de los Estados parte del Mercosur. No solo eso: entre 2005 y 2015, el número de afectados aumentó el 18%, por lo que hoy la enfermedad es la principal causa de problemas de salud y discapacidad en el mundo.
“La depresión nos afecta a todos. No discrimina por edad o historia personal. Puede dañar las relaciones, interferir con la capacidad de las personas para ganarse la vida y reducir su sentido de la autoestima”, señala la directora de la Organización Panamericana de la Salud, Carissa Etienne. En las Américas, cerca de 50 millones de personas vivían con depresión en 2015, alrededor del 5% de la población. Además, actualmente, casi siete de cada diez afectados no reciben el tratamiento que necesitan, cuando, según Etienne, “incluso la depresión más grave puede superarse con un tratamiento adecuado”.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta que existe una brecha entre las personas con trastornos mentales y los servicios de salud. “Estas nuevas cifras son un llamado de atención a todos los países para que reconsideren sus enfoques sobre la salud mental y la traten con la urgencia que merece”, destaca Margaret Chan, directora general de ese organismo. La falta de apoyo a las personas con trastornos mentales, junto con el miedo al estigma, impiden que muchas de ellas accedan al tratamiento que les permitiría vivir vidas saludables y productivas. Hablar con personas de confianza, que puedan entender y ayudar, es un paso necesario hacia la recuperación.
Según informa la OMS, la depresión es un trastorno mental frecuente que se caracteriza por la presencia persistente de tristeza y por la pérdida de interés en actividades que las personas normalmente disfrutan. Se acompaña de la incapacidad para llevar a cabo las actividades diarias durante 14 días o más. “Los signos que deberían estimular la consulta con un especialista son sensación de desgano, cansancio o abatimiento que interfiere con el funcionamiento cotidiano y causa malestar de forma persistente, durante un lapso mayor de dos semanas, más si se acompaña de angustia, tristeza o pensamientos de muerte”, agrega Marcelo Cetkovich-Bakmas, jefe del Departamento de Psiquiatría de INECO, en Buenos Aires.
Con frecuencia, el término “depresión” se usa como sinónimo de “abulia” o “tristeza”. Horacio Vommaro, director de Psiquiatría y Salud Mental de INEBA, remarca que es importante no confundir esos momentos con la enfermedad. “La tristeza forma parte de la vida; en cambio, la depresión implica una modificación profunda del humor, tristeza, sufrimiento moral y un desinterés en toda actividad. La persona deprimida vive en un tiempo uniforme y monótono, correlato de un estado de pérdida y desamparo”, aclara.
Además, es habitual que las personas con depresión presenten pérdida de energía, tengan cambios en el apetito, duerman más o menos, o experimenten ansiedad, reducción de la concentración, indecisión, inquietud, sentimientos de inutilidad, culpa o desesperanza, y pensamientos de autoagresión física. La depresión, de hecho, es un factor de riesgo importante de suicidio, así como de trastornos por uso de drogas, diabetes y enfermedades cardiovasculares.
Lo contrario también se cumple. “Cualquier enfermedad coexistente, por ejemplo, las cardiovasculares, es también un factor de riesgo de depresión”, añade Cetkovich-Bakmas. A esto se suman los problemas causados por el consumo de alcohol y de drogas. Además, son más vulnerables las personas que presentan antecedentes familiares, las mujeres, los individuos que han tenido episodios depresivos previos y los que han vivido situaciones de violencia o maltrato, o experiencias estresantes o traumáticas, como pobreza, desempleo, pérdida de un ser querido o ruptura de una relación.
Por eso, la depresión es el resultado de interacciones complejas entre diversos factores. “La psiquiatría le aporta a la medicina un nuevo enfoque del síntoma, con sus componentes biológicos, psicológicos, sociales y culturales”, enfatiza Vommaro.
Y continúa: “Las condiciones de vida actuales favorecen el desarrollo de estos estados depresivos, que se manifiestan conjuntamente con otras alteraciones psicosomáticas y con diversas situaciones de orden familiar y social. La depresión atraviesa los distintos niveles socioeconómicos, con independencia del país de origen, de las creencias o de las culturas”.
“Hay gente que tiene una mayor predisposición genética, y la depresión se expresa de una forma más independiente de los estresores ambientales; y hay quienes manifiestan síntomas ante estresores ambientales, ya sean en la infancia o en la adultez”, indica Cetkovich-Bakmas. A los hijos de padres con depresión, les recomienda estar atentos y que tengan presente ese antecedente y se lo comuniquen a su médico si comienzan a tener síntomas.
La entrevista con un psiquiatra tiene por objetivo detectar cuál es el problema y tratarlo. “Escuchamos el relato del paciente acerca de sus sufrimientos, pero también de sus relaciones familiares y vínculos sociales y laborales. Durante este proceso, el psiquiatra va pensando en diferentes diagnósticos posibles hasta arribar a un diagnóstico presuntivo”, detalla Vommaro.
Y agrega que la estrategia de tratamiento tiene dos facetas: la psicoterapia y los medicamentos. “De acuerdo con la evaluación clínica que se haga en la entrevista, se decide si se implementan los dos recursos o uno de ellos. En mi experiencia, utilizo ambos; y, en muchos casos, la medicación ayuda a que el paciente se recupere más rápido. Recordemos que son personas que tienen comprometidos sus vínculos familiares y sociales, con serio riesgo laboral en muchas situaciones”, precisa el especialista.
“La psicoterapia debería indicarse casi siempre. La terapia cognitivo conductual es la que ha mostrado más beneficios; pero, en general, todas las psicoterapias parecieran ser útiles. El primer paso que ayuda es compartir. La gente con depresión suele sentirse muy sola”, destaca Cetkovich-Bakmas. Cuando los pacientes presentan cuadros más intensos, más graves, señala que va a ser necesaria la farmacoterapia. Existe una gran diversidad de medicamentos, y la clave es elegir el adecuado para cada paciente en función de las características de su cuadro y de la duración de este. “Los fármacos no ‘tapan’ los síntomas –subraya–. Hay mucha evidencia de que la depresión es una condición con manifestaciones psicológicas, pero con un fundamento neurobiológico muy complejo, que es el blanco de los fármacos. Los medicamentos son mucho más correctivos de lo que la gente cree”.
Como en otras especialidades médicas, en psiquiatría puede ser necesario recurrir a una hospitalización, por ejemplo, en casos de extrema gravedad, para preservar la integridad de la persona o porque la familia no puede contenerla. “Nadie recuerda con alegría cuando lo internaron por apendicitis. Esto es lo mismo, con la diferencia de que las internaciones psiquiátricas tienen otro sentido y pueden ser más duraderas. Pero ya no son por tiempo indeterminado. Actualmente, la internación por un cuadro depresivo y las condiciones que la motivaron se resuelven en muy poco tiempo”, afirma Cetkovich-Bakmas.
Según el especialista, hoy, con la medicina centrada en el paciente, la participación de este y de su entorno en la elección del tratamiento es absoluta. “Los psiquiatras ya no indican fríamente, sino que discuten con los pacientes y con sus familias las posibilidades terapéuticas y, con la información adecuada por parte del médico, entre todos se decide”. Vommaro agrega: “En el diseño de la estrategia terapéutica es importante tener en cuenta la integración del paciente con su red familiar y comunitaria porque contribuye a disolver conflictos y a establecer una red de sostén que ayude al proceso terapéutico. Para los pacientes, es fundamental que se los escuche. Todos piensan y saben que la cura se inicia a través de las palabras que van y vienen”.
¿Se cura la depresión? Los expertos coinciden en que se curan los episodios, pero esta enfermedad tiende a ser recurrente. “Al curarse el episodio, desaparecen los síntomas, y la persona recupera el nivel de funcionamiento previo, normal. Pero hay que tener presente la tendencia a volver y estar atentos”, aconseja Cetkovich-Bakmas.
“Hablemos de depresión” es el lema de la campaña 2017 de la OMS, ya que, además de ser el primer paso hacia el tratamiento, permite comenzar a superar barreras para buscarlo: los prejuicios y la discriminación asociados con las enfermedades mentales. “El estigma es comprendido por los pacientes y por los psiquiatras, a la luz del movimiento antipsiquiátrico que planteaba que los trastornos mentales no existen y que son una creación de la industria farmacéutica. Todavía hay gente que cree que son construcciones sociales, que no existen como problemas médicos”, amplía Cetkovich-Bakmas.
“La salud mental es parte de la salud; pero cualquier trastorno que la comprometa es vivido en muchas situaciones con vergüenza, como algo que ocultar. En el trabajo, con las familias, aparecen estas actitudes. Esto se relaciona con el estigma, con los prejuicios, y contribuye al aislamiento y a la desesperanza que reiteradas veces y con diferentes manifestaciones se observa en estos pacientes”, coincide Vommaro. También advierte que es una de las razones que demoran la consulta, que es tardía en muchos casos.
Además, de acuerdo con Cetkovich-Bakmas, una persona con depresión padece el estigma porque, en primer lugar, nadie entiende lo que le pasa. “Es probable que ‘ponete una pila’ sea el consejo que más escuchan estos pacientes. Existe un voluntarismo, creer que, con esfuerzo y ánimo, todo se soluciona… Y no, la depresión es una enfermedad con todas las de la ley y requiere un tratamiento integral”, sostiene. Por eso, insiste: “Lo que las personas con depresión necesitan es comprensión y acompañamiento, no ser juzgadas y saber que la enfermedad es muy muy frecuente”.
Otra traba frecuente es, en palabras del especialista, “el prejuicio antifarmacológico bastante generalizado”. Asevera: “Los psicofármacos son malos cuando no son bien usados. Pero han revolucionado la vida de millones de personas porque hasta que no existió el primer antidepresivo y el primer antipsicótico, las personas con trastornos mentales tenían como único destino permanecer hospitalizadas”. Vommaro concluye: “Lo fundamental es el uso racional de la medicación. La ventaja es que contribuye a una más rápida recuperación. El riesgo es que no se utilice en las dosis adecuadas y que no se contemple el tiempo de espera para que la droga actúe”.
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